El mensaje que te comunica el profesional, al cual se le otorga autoridad como experto, difícilmente es cuestionable.
¿Qué sucede cuando, coincidiendo en el tiempo, dos profesionales con la misma especialización, emiten un mensaje contrario? Y ¿qué sucede cuando el tema hace referencia a vivir y morir?
Vamos a los hechos:
El oncólogo 1, que es quien lleva al paciente desde el diagnóstico hace un año y medio, insiste en la necesidad de realizar 10 sesiones de radioterapia, y de tomar la medicación religiosamente, incluidos los ansiolíticos a los cuales la paciente se niega, verbalizando: - “Mi cuerpo ya no puede con más mierda y si no es para curar, no lo quiero”.
El oncólogo 2, quien se hace cargo del paciente a partir del ingreso (ingreso condicionado a las exigencias del primer oncólogo de aceptar además de la radio, los ansiolíticos), ni con un día de diferencia nos dice: - “¿Radioterapia? ¿Por què?,... Lo que tenemos que hacer es dejar que pueda morir lo más tranquila posible. Medicación la justa y para que no sufra”.
¿Cómo? Y como si de un personaje de animación se tratara, tengo la sensación que mis ojos se salen de sus órbitas y la cabeza me gira frenéticamente buscando conexiones neuronales perdidas. ¿Cómo? Ayer insistían con la radioterapia y hoy ¿sólo se contemplan los paliativos?
La confianza en el especialista ¿hasta dónde?
Es innegable la subjetividad del receptor com variable importante en toda comunicación, pero mientras del primer mensaje se desprendía que era una irresponsabilidad no ser obediente a las pautas médicas, y que equivalía a no luchar por su vida, y abrazar a la muerte por no haber hecho lo suficiente; del segundo mensaje se entendía que era insensato continuar luchando por una vida que ya no era suya.
La familia, después del mensaje dado por el primer oncólogo, hicimos uso de nuestros mejores dotes de persuasión para que aceptara las pautas médicas: - “Cinco días, ni que sea para disminuir el malestar que te produce el tumor, ...” Y sin saberlo nos hacíamos cómplices de una mentira.
Es inevitable preguntarse
¿Cómo puede ser que en aquella última consulta con el oncólogo que la llevaba, y en un momento tan crítico para la paciente, sólo se hablara de medicación? Y se hablara desde la exigencia de obediencia, y desde el descrédito, negando a la paciente las náuseas que le producía una de las medicaciones. Y puede que sí, o puede que no, pero no es tan inverosímil que una metástasis en el hígado provoque nauseas incluso con el fármaco más inocuo.
¿Por qué desestimó la consulta con un psicólogo, cuando se le sugirió?
¿Por qué insistía con la medicación, a pesar de la densidad que se notaba en el ambiente, mientras negaba la evidencia de un desenlace próximo al inmediato, dentro de un proceso irreversible?
Medicación y sólo medicación, tras la cual se protegen algunas batas blancas, mientras se está silenciando todo aquello que sí es importante.
¿Será que la medicación era el tótem sin el cual no se sabía relacionar?
¿Será que lo vivía como un fracaso y volcaba la frustración a la paciente en forma de enfado y de exigencia?
El médico ante la muerte de su enfermo
Qué importante es la formación humana, y en especial en colectivos que trabajan con material tan sensible; qué importante, más allá de la formación técnica, dar valor a lo que en psicología se denomina transferencia y contratransferencia; qué importante la inteligencia emocional para poder ver a la persona, al ser humano y no a un cuerpo enfermo, y colocar la dignidad por encima del desenlace. Será que estas carencias de algunos profesionales hacen que la gente busque alternativas en lo que denominan “pseudociencias”.
Aún no había pasado una semana del ingreso, cuando nos dejó.
Dolors Canal, Aidar psicologia
(recomendamos el artículo del Dr. Marcos Gómez Sancho: "El médico ante la muerte")